En la mañana del 21 de octubre del 2007 en la iglesia parroquial de Sallent tenia lugar la celebración de la Misa Conmemorativa del Bicentenario del Nacimiento de S. Antonio María Claret. La iglesia estaba abarrotada de gente e incluso la mayoría de los sacerdotes concel-ebrantes tuvieron que permanecer de pie toda la Misa. Durante la Eucaristía yo estuve orando por el P. Abella, nuestro superior general; pedía que fuera símbolo de unidad para todos los claretianos.
Como el sermón fue en español, yo no entendí ni una palabra, pero sí pude darme cuenta de que la gente le escuchaba con suma atención. Yo por mi parte, y en mi corazón, gritaba vivas a Claret y al P. Abella. Yo no había traído ni alba ni estola. Pero el P. Abella, que se había dado cuenta de mi apuro antes de empezar la Misa, me dijo: “ponte esto” a la vez que me ofrecía el alba y la estola que él había traído de Roma para uso personal. Con ese gesto comprendí que el superior general era heredero del espíritu atento y generoso de nuestro funda-dor.
Cuando yo todavía era seminarista me quedé una noche en la residencia de Hirakata, donde residía el P. Abella, entonces todavía superior provincial. Cuando a la mañana siguiente bajé al comedor para desayunar, vi que estaba fregando los cacharros de la fiesta de la noche an-terior. Me acerqué y al saludarle me respondió diciendo: “la labor del provincial son estos pequeños quehaceres”.
Me siento orgulloso de que el P. Abella, que como superior general recorre el mundo, esté dispuesto a aceptar estas pequeñas y calladas labores en nuestra congregación claretiana. Fr. Shinji Takenobu
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